Dos años después del violento seísmo que devastó la provincia turca de Van, al sureste del país, y que acabó con la vida de más de 600 personas, miles de personas acuden estos días a los cementerios para recordar a las víctimas, la mayoría de las cuales perdieron la vida en el distrito de Erciş.
Aquellos interminables 25 segundos que duró el terremoto de 7,2 grados que sacudió la región el 23 de octubre de 2011, que dejó 604 muertos y más de 4.000 heridos, fue seguido poco después -el 9 de noviembre- por una violenta réplica de 5,6 en la escala Richter que derrumbó gran parte de los edificios que ya habían quedado dañados por el primer temblor, y que mató a 24 personas incluyendo dos periodistas que cubrían las operaciones de rescate y un médico japonés que formaba parte de un equipo de voluntarios nipones, cuando el hotel donde se alojaban se vino abajo.
Aquella tragedia dejó cientos de miles de personas sin hogar, muchas de las cuales -aproximadamente la mitad de la población de Van- abandonó la provincia mientras que decenas de miles tuvieron que ser alojadas en campamentos de emergencia y casas contenedor, soportando los duros inviernos de la zona. El desastre desató una ola de solidaridad y muchas personas se ofrecieron para alojar a las víctimas en sus casas mientras organizaciones como la Media Luna Roja Turca recibían cuantiosas donaciones.
En menos de un año, el gobierno construyó más de 17.000 nuevas viviendas y destinó cerca de 300 millones de liras turcas en préstamos blandos a los empresarios y propietarios de negocios locales para revivir la economía de la zona. Se reconstruyeron los colegios y se plantaron cerca de 17.000 árboles. Pero pese a los cuantiosos fondos destinados para la reconstrucción y la creación de una nueva ciudad de Van, hoy día aún quedan 110 familias que continúan viéndose obligadas a vivir en casas contenedor, y que ahora afrontan una difícil situación.
Las autoridades locales han exigido a este grupo de familias, que ya tenían escasos recursos antes del terremoto de 2011 y que no tienen a dónde ir, que evacúen las casas prefabricadas; tras negarse, decidieron cortales el suministro eléctrico para obligarlas a irse, y en protesta, varios miembros de estas familias iniciaron una huelga de hambre a finales de agosto, que desde entonces ha continuado de forma rotativa entre varias personas.
Según denuncian asociaciones de Van, estas familias se enfrentan ahora a una difícil situación y no pueden cubrir sus necesidades más básicas, los niños no asisten a la escuela y comienzan a surgir entre sus miembros ciertos problemas psicológicos derivados de sus circunstancias. Un portavoz de las familias en huelga de hambre ha declarado a la prensa turca que sólo piden tener una vivienda permanente; pero las organizaciones locales subrayan que eso no bastará, y que estas familias necesitan obtener recursos y un empleo para poder valerse por sí mismas.
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