La Asamblea Nacional de Túnez aprobó el domingo en votación parlamentaria la nueva carta magna del país como último paso hacia el establecimiento pleno de la democracia en el que es considerado como uno de los países más laicos del mundo árabe, tres años después de la revuelta popular que acabó con la dictadura del ex presidente Zine El Abidine Ben Ali y desató en muchos países de la región lo que vino a denominarse como la Primavera Árabe.
Si bien en una concesión a los sectores islamistas la nueva constitución reconoce el Islam como la religión del país y menciona en sus primeros párrafos el legado cultural e histórico que ésta representa para Túnez, enfatiza también la libertad de pensamiento y culto así como la igualdad entre hombres y mujeres, en lo que ha sido considerado como una victoria de los sectores laicos y moderados frente a las corrientes políticas más islamistas, especialmente los ultraconservadores salafistas, que defendían por la imposición de la Sharia.
Tras una votación calificada de histórica, el nuevo texto constitucional era apoyado por 200 parlamentarios frente a sólo una docena de votos en contra y cuatro abstenciones. Inmediatamente después de su aprobación, los diputados se abrazaron desplegaron banderas nacionales y comenzaron a festejar con cánticos y bailes la victoria. "Esta Constitución ha sido el sueño de los tunecinos, esta Constitución es una prueba del renacimiento de la revolución (que derrocó a Ben Ali en 2011), esta Constitución crea una nación civil y democrática", destacó el presidente del parlamento, Mustafa Ben Jaafar.
Pocas horas antes de la crucial votación, el primer ministro Mehdi Jomaa presentaba su nuevo gabinete tras su nombramiento el pasado diciembre, después de alcanzarse un acuerdo entre el gobernante partido islamista moderado Ennahda y la oposición para la formación de un gobierno tecnócrata.
La relativa estabilidad política en Túnez y la transición mayoritariamente pacífica que ha experimentando esta nación contrasta claramente con otros países en los que la bautizada "Primavera Árabe" prendió como Libia, Egipto o Yemen, todos ellos sumidos en la inestabilidad, las tensiones políticas y religiosas y la incertidumbre política o, como el caso de Siria, incluso en una larga y cruenta guerra civil tras una revolución fallida que no pudo derrocar al régimen de Bashar al-Assad.
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