Una potente bomba explotó en la capital de Túnez a última hora del martes dejando al menos 12 policías muertos y otra quincena de heridos en lo que el Ministerio del Interior tunecino no dudó en calificar como un “acto terrorista”. Ningún grupo se ha atribuido aún la autoría del ataque.
La explosión, que afectó de lleno a un autobús de la guardia del Presidente de la República, ocurrió en una amplia avenida en el corazón de la capital y en una zona frecuentada habitualmente por miembros de las fuerzas de seguridad. La guardia presidencial es un cuerpo de élite destinado exclusivamente a proteger al presidente del país; no obstante Beji Caid Essebsi no se encontraba en el momento en que estalló la bomba ni en el vehículo ni en sus inmediaciones.
Poco después de conocerse la noticia el propio Essebsi suspendía un viaje previsto a Europa y declaraba 30 días de estado de emergencia en todo Túnez así como un toque de queda en la capital y en otras tres provincias del país. No obstante desde hacía días las fuerzas de seguridad ya se encontraban en estado de alerta, especialmente tras los recientes atentados que dejaron más de 130 muertos en París.
Este atentado supone un nuevo golpe para la nación magrebí, único país que logró salir airoso de la llamada Primavera Árabe derrocando al ex presidente Ben Ali y evitando una guerra civil con un proceso transicional que culminó en una nueva constitución.
La industria turística tunecina, uno de los grandes motores económicos del país, es una de las que más se ha visto resentida por el aumento de la violencia extremista. En el último año 60 personas –la gran mayoría turistas extranjeros- han muerto en dos ataques terroristas: uno perpetrado en marzo contra el famoso Museo del Bardo que causó 22 muertos, y otro en junio en una playa de la localidad de Susa que dejó 38 fallecidos.
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