Familiares y conocidos de las víctimas del terrible terremoto que sufrió el noroeste de Turquía el 17 de agosto de 1999 recordaron con lágrimas y emoción en la madrugada del miércoles a las decenas de miles de víctimas de aquella tragedia en ceremonias celebradas en numerosas provincias de la región del Mármara.
En provincias como Kocaeli, Sakarya, Yalova o Estambul la gente permaneció hasta bien entrada la madrugada en las calles para honrar a los más de 17.000 muertos –según cifras oficiales- que dejó aquel seísmo depositando claveles rojos en tumbas y monumentos y recitando oraciones por los fallecidos hace 17 años, cuando un terremoto de 7,6 grados de magnitud en la escala Richter sacudió a las 3:02 de la madrugada del 17 de agosto la región con epicentro en la localidad de Gölcük, ubicada en la bahía de İzmit y a escasos 50 kilómetros de Estambul.
Durante 45 interminables segundos la tierra tembló en una de las regiones más densamente pobladas de Turquía provocando uno de los seísmos más mortíferos del siglo XX; cuando el temblor pasó, numerosos barrios de las ciudades de Kocaeli, Gölcük, Düzce, Sakarya, Yalova y Estambul se encontraban en ruinas, y al menos 17.480 personas yacían muertas -40.000 según estimaciones no oficiales- bajo sus escombros. Sólo en el distrito de Gölcük -en la provincia de Kocaeli- 420 soldados murieron sepultados en los dormitorios y dependencias de una importante base naval. Estambul sufrió también buena parte de las consecuencias del gran terremoto del Mármara y las cifras oficiales hablan de al menos un millar de muertos en la ciudad por el derrumbe de edificios –especialmente en los barrios más humildes- que no pudieron soportar la violencia de las sacudidas.
En total el terremoto causó daños en 285.000 edificios, dejando unos 49.000 heridos y 600.000 personas sin hogar, una devastación que tardaría años en superarse, y un recuerdo difícil de borrar para los supervivientes y sobre todo para las familias de las víctimas. La región donde se produjo el epicentro del seísmo abarca el principal corazón industrial de Turquía, cuya producción quedó interrumpida durante semanas; además durante días las principales vías de comunicación entre Estambul y Ankara quedaron en desuso, mientras que los sistemas de comunicación se colapsaron. El terremoto causó también un gran incendio en la principal refinería de petróleo del país, que tardó cuatro días en poder ser extinguido.
El terremoto del Mármara dejó también en evidencia la carencia de medidas de seguridad frente a seísmos en las edificaciones de un país atravesado de oeste a este por varias fallas tectónicas activas, así como la falta de supervisión por parte de las autoridades locales y estatales en lo que se refiere a la construcción de edificios, muchos de los cuales se vinieron abajo como barajas de naipes simplemente porque no cumplían los estándares mínimos de edificabilidad.
Desde entonces ha habido muchos progresos y se han llevado a cabo planes para reforzar la seguridad y mejorar los estándares de edificación en línea con las normativas europeas. En 2012 el gobierno puso en marcha un gran proyecto para reforzar y renovar decenas de miles de edificios por todo el país y derribar otros tantos que no reunían los requisitos necesarios para soportar un terremoto; pese a ellos algunos expertos en la materia sostienen que estas medidas son insuficientes y que se han priorizado en lugares donde pesaba más el interés por la especulación derivada de llevar a cabo una transformación urbanística, que el nivel de riesgo de derrumbe ante un temblor sísmico.
Si Turquía ha aprendido o no de las lecciones del pasado, es algo que está por ver; en cualquier caso todos coinciden en que aún queda mucho por hacer en todo el país y especialmente en Estambul, una metrópolis de 15 millones de habitantes que ha crecido desorbitadamente en las dos últimas décadas –en las que ha más que duplicado su población- y donde muchos sismólogos afirman que hay certeza de que se producirá un “Big One” en este siglo.
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