La Cisterna Basílica de Estambul (Yerebatan Sarnıcı, en turco), uno de los monumentos más famosos de la ciudad situado junto al museo de Santa Sofía en Sultanahmet, continuó siendo uno de los lugares más visitados por los turistas durante el pasado año 2017.
Y es que a pesar de estar siendo sometida a unos extensos trabajos de restauración por primera vez en 500 años, que se espera concluyan en marzo, el espectacular monumento semisumergido fue visitado durante el año recién concluido por cerca de 1.150.000 personas, 150.000 de ellas de forma gratuita, según datos oficiales divulgados en la prensa turca: unas cifras que suponen un incremento de 350.000 respecto al número de turistas que se registraron en 2016.
Ubicada en el subsuelo junto a Santa Sofía, la Cisterna Basílica servía para almacenar agua que era utilizada en el palacio imperial durante los períodos de asedio en la antigua Constantinopla, siendo la más grande de las 60 cisternas construidas en la ciudad en tiempos romano-bizantinos. El agua almacenada en la Cisterna procedía de los Bosques de Belgrado, situados a las afueras de Estambul, desde donde era transportada por el acueducto construido por el emperador Justiniano.
Tras la conquista de la ciudad por los otomanos en 1453, la Cisterna fue olvidada pero sería redescubierta tiempo más tarde por los mismos habitantes de la ciudad, que se sorprendían de poder pescar peces en sus sótanos y de tener un suministro casi continuo de agua. En el siglo XX la Cisterna Basílica fue reabierta como museo para ser visitada por los turistas. Hoy día el agua apenas se eleva un metro sobre el suelo –aunque contiene abundantes peces- y se puede recorrer la construcción gracias a unas pasarelas instaladas en 1987 que sustituyeron a las barcas utilizadas hasta entonces para visitar el lugar.
Sus medidas no dejan indiferente a nadie. Cubre un área bajo el subsuelo de 8.678 metros cuadrados, de los 7.648 están abiertos al público, y tiene capacidad para albergar cerca de 100.000 metros cúbicos de agua bajo un techo soportado por un bosque de 336 columnas de mármol de unos 9 metros de alto cada una, recicladas a partir de templos paganos de varias partes del Imperio Romano, pero principalmente de Anatolia.
Dos bases de columna con forma de cabeza de Medusa situadas en la esquina noroeste de la Cisterna constituyen uno de los principales atractivos para los visitantes, además de estar consideradas como dos obras maestras de la escultura romana, a pesar de que a día de hoy sigue sin saberse con certeza su origen.
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