Burunkışla es un pequeño pueblo de apenas unos pocos cientos de habitantes ubicado en el distrito de Sarıkaya, en pleno centro de la provincia turca de Yozgat, en la región central de Anatolia. Con una economía basada en la agricultura y la ganadería, la vida de sus habitantes es sencilla y pasaría desapercibida si no fuera porque desde hace décadas vienen siendo todo un ejemplo de convivencia y tolerancia.
Y es que los habitantes de Burunkışla se ocupan regularmente y de forma voluntaria de mantener un cementerio armenio ubicado en este pueblo; así lo confirma el jefe de la aldea, Necati Yalçın, cuyos antepasados emigraron a Yozgat en 1924 desde su tierra natal en Tesalónica (Grecia), durante el intercambio de poblaciones que éste país y Turquía llevaron a cabo en aquellos difíciles y confusos años que sucedieron a la caída del Imperio Otomano y la Guerra de Independencia Turca.
Fue al llegar aquí donde sus familiares se toparon con los armenios que vivían en la región, con los que él y otros turcos convivieron y trabaron amistad durante décadas hasta que aquellos comenzaron a emigrar al final de los años 60. Ellos se fueron, pero quedaron atrás las tumbas de sus antepasados, que sus vecinos se encargan de cuidar.
Muchos regresan cada año a este rincón de Turquía para reunirse con sus antiguos vecinos y recordar viejas historias. “Nuestros amigos armenios vienen aquí cada año en grupos de 60 ó 70 personas, y visitan nuestro pueblo y las tumbas. Nuestro vínculo (con ellos) continúa, nos visitamos los unos a los otros”, explicó Yalçın a la agencia Anatolia.
“Gracias al antiguo gobernador de nuestro distrito, el cementerio que dejaron atrás nuestros hermanos armenios fue cercado (con un muro). Como pueblo, los vecinos se ocupan de pequeños detalles, como la limpieza, el mantenimiento y las reparaciones. Al final, nuestra amistad (con los armenios) es imperecedera”, destacó Yalçın.
Así lo atestigua también Sembiya Arıkan, una anciana de 78 años del pueblo que recuerda con cariño a sus vecinos armenios con los que fue al colegio, asegurando que todos eran amigos. “Nuestra vida era realmente buena. Había bodas y todos íbamos juntos. Éramos amigos de todos ellos”, explica Arıkan, cuyos antiguos vecinos vienen a visitarla cada verano y comparten con ella historias y recuerdos de los años vividos juntos en este pueblo de un rincón de Anatolia.
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