La Cisterna Basílica de Estambul (Yerebatan Sarnıcı, en turco), uno de los monumentos más visitados en el histórico distrito de Sultanahmet en Estambul, afronta su primera restauración de los últimos cinco siglos con unos trabajos que se prolongarán hasta principios de 2018.
Las obras de restauración, que tienen una duración prevista de 450 días y está previsto que concluyan el 11 de marzo de 2018, incluirán una reorganización de las zonas de entrada y salida a las instalaciones para evitar las aglomeraciones de visitantes que hasta ahora se formaban en el exterior especialmente en los meses de verano, cuando se formaban largas colas que se prolongaban por la calle; una vez finalizados los trabajos de acondicionamiento, se habilitará un área de espera, mientras que la zona de entrada estará protegida con una cubierta de cristal.
Otros trabajos de rehabilitación y mantenimiento se llevarán a cabo en las pasarelas y la zona por la que transitan los visitantes dentro de la cisterna, donde especialmente en los días lluviosos era habitual que se produjeran filtraciones de agua que causaban encharcamientos y que el suelo se volviese resbaladizo, algo que ahora se quiere evitar mejorando el aislamiento de la parte superior de la estructura.
También está previsto que se sustituyan las zonas en las que se había utilizado hormigón con materiales más modernos, mientras que las columnas, muros y bóvedas de la cisterna serán también reforzadas siguiendo las recomendaciones de un informe elaborado por un grupo de expertos. Igualmente se revisarán las restauraciones anteriormente realizadas en algunas columnas de la Cisterna para sustituirlas con técnicas que respeten al máximo la estructura y materiales originales. Durante todo este tiempo y hasta la conclusión de las obras en 2018, el monumento permanecerá no obstante abierto al público como hasta ahora.
Ubicada en el subsuelo junto a Santa Sofía, la Cisterna Basílica servía para almacenar agua que era utilizada en el palacio imperial durante los períodos de asedio en la antigua Constantinopla, siendo la más grande de las 60 cisternas construidas en la ciudad en tiempos romano-bizantinos.
Tras la conquista de la ciudad por los otomanos en 1453, la Cisterna fue olvidada pero sería redescubierta tiempo más tarde por los mismos habitantes de la ciudad, que se sorprendían de poder pescar peces en sus sótanos y de tener un suministro casi continuo de agua. En el siglo XX la Cisterna Basílica fue reabierta como museo para ser visitada por los turistas.
Sus medidas no dejan indiferente a nadie. Cubre un área bajo el subsuelo de 8.678 metros cuadrados, de los 7.648 están abiertos al público, y tiene capacidad para albergar cerca de 100.000 metros cúbicos de agua bajo un techo soportado por un bosque de 336 columnas de mármol de unos 9 metros de alto cada una, recicladas a partir de templos paganos de varias partes del Imperio Romano, pero principalmente de Anatolia. Dos bases de columna con forma de cabeza de Medusa situadas en la esquina noroeste de la Cisterna constituyen uno de los principales atractivos para los visitantes, además de estar consideradas como dos obras maestras de la escultura romana, a pesar de que a día de hoy sigue sin saberse con certeza su origen.
El agua almacenada en la Cisterna procedía de los Bosques de Belgrado, situados a las afueras de Estambul, desde donde era transportada por el acueducto construido por el emperador Justiniano. Hoy día el agua apenas se eleva un metro sobre el suelo –aunque contiene abundantes peces- y se puede recorrer la construcción gracias a unas pasarelas instaladas en 1987 que sustituyeron a las barcas utilizadas hasta entonces para visitar el lugar.
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