Estambul celebró el pasado 29 de mayo el 567º aniversario de la caída de Constantinopla tras la conquista por parte del Imperio Otomano de la capital del Imperio Bizantino: un acontecimiento histórico que marcó el final de un imperio milenario -heredero de la misma Roma- y el comienzo de otro imperio multicultural que se proclamaría su sucesor, y que para muchos historiadores representa el tránsito de la Edad Media al Renacimiento.
Fue el 29 de mayo de 1453 cuando el sultán Mehmet II, con sólo 21 años de edad, conquistó la que fuera durante más de mil años capital del Imperio Romano de Oriente, llamado en Occidente por los historiadores modernos -aunque no por sus habitantes ni por sus contemporáneos- "Imperio Bizantino" en referencia al antiguo nombre de Constantinopla: Bizancio. Pero, ¿qué condujo al declive de los romanos de Oriente o bizantinos? ¿Cómo acabó Constantinopla en manos de los turcos otomanos?
El ascenso de Mehmet II al trono otomano no fue fácil. De niño tenía fama de ser rebelde e indisciplinado; en 1444, su padre Murat II anunció por sorpresa que abdicaba del trono y nombraba a Mehmet -que entonces sólo tenía 12 años- como su sucesor, y a Halil Pasha como Gran Visir. Sin embargo nada más llegar al poder Mehmet quiso lanzar un ataque sobre Constantinopla, lo que Halil Pasha utilizó como ejemplo de la incapacidad de Mehmet para gobernar pidiendo a Murat que regresara al poder, cosa que hizo en 1446.
En 1451 su padre finalmente fallecía, y Mehmet ascendía de nuevo al trono tras haber aprendido muchas lecciones sobre la política palaciega así como sobre los errores cometidos en el pasado por los otomanos. Queriendo demostrar su valía, y movido por su deseo de pasar a la historia, el joven Mehmet volvió a poner sus ojos en Constantinopla, capital y casi último reducto del Imperio Bizantino, a pesar de que sus contemporáneos consideraban que conquistar la ciudad era una tarea casi imposible.
La primera caída de Constantinopla
Otrora la esplendorosa capital del Imperio Romano de Oriente, hemos de tener en cuenta que cuando Mehmet II sucedió definitivamente a su padre Bizancio no era más que una sombra de su glorioso pasado. En 1451 todo lo que quedaba del imperio era la misma ciudad de Constantinopla y sus territorios más adyacentes en Europa, así como los territorios en el Despotado de Morea (el Peloponeso), que no habían sido recuperados totalmente hasta 1430.
En realidad la decadencia bizantina había comenzado mucho tiempo atrás, con las invasiones árabes del siglo VII -que ya llegaron a asediar Constantinopla- y especialmente tras la derrota en 1071 ante los turcos selyúcidas en la Batalla de Manzikert, que privó al imperio de la inmensa mayoría de los valiosos territorios en Anatolia, que eran su principal fuente de soldados y de riqueza.
El golpe de gracia sin embargo llegó con las Cruzadas. Durante la Cuarta Cruzada Alejo, hijo del depuesto emperador romano Isaac II Ángelo, pidió ayuda a los cruzados que se dirigían a Tierra Santa para recuperar el trono; éstos aceptaron la oferta y desviaron su atención a Constantinopla, donde creyendo inminente la caída de la ciudad el emperador bizantino huyó, y Alejo fue nombrado coemperador junto con su padre, liberado de la prisión en la que se encontraba.
Alejo (Alejo IV) se encontró con que tenía que cumplir las promesas hechas a los cruzados, que incluían el sometimiento de la Iglesia Ortodoxa a Roma, lo que le hizo muy impopular entre sus súbditos; además para pagar a los cruzados tuvo que aumentar los impuestos y despojar varias iglesias de sus tesoros. En febrero de 1204 estalló una sublevación que acabó con la muerte de Alejo y su padre, y con la entronización de un nuevo emperador, Alejo V Ducas.
Dos meses después los cruzados, ávidos por las riquezas legendarias de la ciudad y decididos a poner en el trono a un emperador latino, atacaron Constantinopla y consiguieron abrir brecha en sus murallas. Los cronistas de la época hablan de una destrucción y un saqueo inimaginables: la mayor parte de la población fue masacrada, sus propiedades y las de la iglesia saqueadas, y los nobles bizantinos huyeron a Asia donde fundaron el Imperio de Nicea. En 1261 Constantinopla sería recapturada por el emperador de Nicea Michael VIII Paleólogos, pero la ciudad nunca se recuperaría de aquella destrucción.
Los años finales del Imperio Bizantino
Estos acontecimientos supusieron un duro golpe para las aspiraciones de los cruzados -que ni recuperaron Tierra Santa, ni pudieron mantener un emperador latino en Constantinopla- pero aún más para la ya difícil supervivencia de Bizancio a lo largo de la Baja Edad Media.
Un siglo más tarde del saqueo cruzado, el emperador de Constantinopla sólo controlaba la región de Tracia y algunas ciudades en el noroeste de Anatolia. Morea y Creta seguían en poder de los latinos, Trebisonda se había independizado en un imperio propio, y casi toda Anatolia estaba controlada por tribus turcas, que no reconocían ni el poder selyúcida ni el mongol sobre Anatolia, y que se habían independizado en pequeños emiratos.
En uno de estos emiratos situado al noroeste de Anatolia en la frontera con los últimos territorios bizantinos en Asia, fue donde surgió Osmán, un líder turco que tras derrotar en 1302 a los bizantinos en la Batalla de Bafea se apoderó de los territorios en torno a las últimas ciudades que Bizancio conservaba en Asia: Prusa (Bursa), Nicea y Nicomedia, dando nombre a una nueva dinastía (la dinastía otomana, u osmanli) y sentando las bases del futuro Estado otomano.
A pesar de los esfuerzos bizantinos por alentar un ataque de los gobernantes mongoles en Persia contra los otomanos, Prusa y Nicea cayeron en 1326 ante su hijo y sucesor Orhan, y en 1337 tomaron Nicomedia, poniendo así fin a la presencia bizantina en Asia Menor.
Los emperadores romanos de Bizancio se vieron obligados a reconocer el creciente poder e influencia de los otomanos, que comenzaron a intervenir cada vez más en los asuntos internos de los bizantinos; y éstos a su vez recurrían a los turcos para resolver sus disputas de palacio. Tal fue así que durante el gobierno del emperador Juan V Paleólogo (1379-1390) Bizancio se convirtió en Estado vasallo del sultán otomano Murat I (hijo y sucesor de Orhan), estando obligado a pagarles tributo a los otomanos y a enviarles soldados para sus campañas en Europa.
Los primeros asedios otomanos a Constantinopla
En 1391, el nuevo sultán otomano Beyazit I, molesto por el nombramiento del nuevo emperador Manuel II Paleólogo sin que se le consultase previamente, decidió iniciar el primer asedio otomano de Constantinopla para que Manuel II acatara sus demandas, cosa que hizo tras 7 meses de sitio. En 1396, tras rechazar una invitación de Beyazit para acudir a una audiencia con otros reyes cristianos vasallos de Europa Oriental en la que Manuel temía que iba a ser ejecutado, Beyazit decidió enviar de nuevo sus ejércitos a cercar Constantinopla, devastando los campos circundantes y bloqueando el acceso a la ciudad.
Este segundo asedio otomano a Constantinopla duró 6 años, y la ciudad sobrevivió una vez más gracias a la llegada de suministros por mar. Sólo la llegada en 1402 del temible ejército turco-mongol de Tamerlán a Anatolia salvó a la capital bizantina, ya que Beyazit se vio obligado a levantar el asedio para hacer frente a esta nueva invasión mongola.
La derrota de Beyazit en la Batalla de Ankara y las posteriores luchas internas por el trono otomano, aliviaron durante algunos años la presión otomana sobre los bizantinos, que pudieron incluso recuperar -brevemente- algunos territorios en Grecia.
Sin embargo este resurgir de Bizancio no era más que una ilusión, y cuando en 1422 el emperador Manuel se creyó lo bastante fuerte como para apoyar a un príncipe que aspiraba al trono otomano, el nuevo sultán Murat II envió un ejército de 10.000 soldados a asediar de nuevo Constantinopla, lanzando un duro asalto contra sus murallas. No obstante después de varias horas de batalla, los otomanos comprendieron que la ciudad no podría ser capturada, y ordenaron la retirada salvándose Constantinopla una vez más.
La decadencia de Bizancio
Ante la creciente amenaza que suponían los turcos otomanos para la supervivencia de Bizancio, el sucesor de Manuel II, Juan VIII Paleólogo (1416-1448), intentó un acercamiento a Occidente buscando la reunificación de católicos y ortodoxos: esto nuevamente volvió a desatar revueltas entre la población bizantina entre quienes apoyaban la maniobra del nuevo emperador por intereses políticos, y quienes la rechazaban de plano por considerarla una traición a su fe.
En 1448 muere Juan y en 1449 le sucede como emperador su hermano, Constantino XI Paleólogo, quien a la postre sería el último emperador romano-bizantino. Figura popular por haber encabezado la resistencia bizantina en Morea (el Peloponeso) frente a los otomanos, decidió sin embargo seguir la política de acercamiento al Papado de Roma de su hermano, lo que de nuevo generó desconfianza entre el clero y la población bizantinos.
Esta desconfianza era también compartida por Murat II, quien veía claramente que la maniobra político-religiosa de los emperadores de Constantinopla amenazaba con desatar la intervención en Europa Oriental de las potencias europeas occidentales, poniendo en peligro la expansión otomana por el sureste de Europa.
Cuando dos años más tarde, en 1451, Murat II fue sucedido por segunda vez por su hijo Mehmet II, éste prometió al principio a los bizantinos que no atacaría sus territorios, y transmitió a sus propios mandos militares que había desestimado su sueño de niño de tomar Constantinopla.
El desafío de Constantino a Mehmet
Sin embargo, cayendo en el mismo error de sus predecesores unos años antes, Constantino vio en esto una falsa ilusión de fuerza, y se creyó con poder suficiente como para exigir a los otomanos el pago de un "rescate" anual en concepto de renta para mantener a un príncipe otomano que vivía como rehén en Constantinopla. Furioso por la osadía de Constantino, Mehmet II decidió iniciar los preparativos para asediar una vez más la capital bizantina.
Ante estos acontecimientos, Constantino envió mensajes solicitando ayuda a las potencias europeas occidentales, creyendo que conseguiría dicha ayuda; ésta llegó, aunque nunca fue ni de lejos la que seguramente esperaba el emperador romano, que tuvo que conformarse con el envió de tres navíos genoveses pagados por el Papa provistos de armas y provisiones.
Los venecianos, que como los genoveses tenían fuertes intereses comerciales en Constantinopla y temían perder su posición si ésta caía en manos otomanas, enviarían más tarde también 15 barcos con suministros y 800 soldados. También muchos venecianos y genoveses que vivían en el barrio de Pera (actual Beyoğlu) desde la época del Imperio Latino (tras la Cuarta Cruzada), aceptaron participar en la defensa de la ciudad, entre ellos el noble genóves Giovanni Giustiniani Longo, quien con 700 soldados asumió la defensa de la muralla oriental.
Comienzo de los preparativos para el asedio
El emperador Constantino quiso saber entonces con qué fuerzas contaba para defender Constantinopla, y ordenó un censo en la ciudad. Tristemente, el resultado no pudo ser más desalentador: Constantinopla, que en su esplendor entre los siglos V y VI llegó a ser una de las ciudades más grandes del mundo con medio millón de habitantes, apenas contaba con 50.000 residentes, y no más de 7.000 de ellos podían ser reclutados como soldados.
Los otomanos también iniciaron los preparativos, y Mehmet II lo hizo apoyándose en sus estudios de historia y en las lecciones que había aprendido de sus antecesores en el trono. Para impedir la llegada de suministros por mar, construyó dos fortalezas (Rumeli Hisarı o "Fortaleza Romana", y Anadoluhisarı o "Fortaleza de Asia") a ambos lados del Estrecho del Bósforo para impedir la llegada de barcos desde el Mar Negro.
El sultán, cuyos dominios abarcaban gran parte de Anatolia además de la Tracia y los Balcanes, reunió un enorme ejército que se cree estaba formado por unos 100.000 hombres (algunas crónicas hablan de hasta 200.000), que incluía tanto soldados otomanos profesionales -incluyendo los famosos jenízaros- como miles de aliados y mercenarios cristianos de reinos vasallos en Europa.
Además a principios de 1452 un ingeniero de artillería húngaro llamado Orban ofreció sus servicios al sultán, después de haberlo hecho a Constantino, quien no pudo sin embargo ni pagar sus servicios ni proporcionarle los materiales necesarios. Orban le aseguró a Mehmet que podía construir un inmenso cañón como nunca antes se había visto, de 9 metros de largo y llamado gran bombarda, que podría "derribar las mismas murallas de Babilonia" y -por supuesto- las de Constantinopla.
Mehmet le dijo a Orban que tendría todo lo que necesitase para construir éste gran cañón, que fue fundido en Adrianópolis -por entonces la capital otomana- y llevado hasta las murallas de Constantinopla por un contingente de cien hombres y cientos de bueyes. Orban también construiría para los otomanos otros cañones más pequeños usados en el asedio.
Inicio del asedio
El asedio de Constantinopla se inició oficialmente el 7 de abril de 1453, cuando la gran bombarda construida por Orban realizó el primer disparo contra la muralla a la altura del valle del río Lico, situado junto a la Puerta de San Romano, en el centro de la línea de murallas; éstas, construidas en el siglo V, no habían sido diseñadas para soportar los modernos ataques de artillería, por lo que en pocos días comenzaron a ceder.
Pese a que las dimensiones del ejército y los preparativos reunidos por Mehmet superaban a todo lo visto en varios siglos, al principio del asedio los bizantinos lograron un par de victorias que elevaron notablemente su moral; el 12 de abril una flota bizantina rechazaba un intento del almirante otomano Süleyman Baltoğlu de entrar en el estuario del Cuerno de Oro, donde las murallas eran más débiles; 6 días después el comandante genovés Giustiniani rechazaba en inferioridad numérica un asalto contra la muralla dañada en el Valle del Lico.
Estos reveses pusieron en jaque a Mehmet, que estaba ansioso por abrir un nuevo frente en la parte de las murallas que protegían el Cuerno de Oro, no tanto porque planease un desembarco sino para obligar a los bizantinos a desviar parte de sus limitados recursos humanos y dejar más desprotegida la muralla principal, que además tenía que ser reconstruida cada día tras los daños causados por los cañones. Para lograrlo, ante los intentos frustrados por entrar en el estuario, el sultán llevó a cabo un plan inconcebible.
La maniobra, ideada en realidad por su general Zaganos Pasha, consistió en burlar la entrada al Cuerno de Oro -guardado por una enorme cadena que bloqueaba la entrada a los barcos- haciendo subir los barcos colina arriba durante el 22 de abril por la colina de Pera-Galata -entonces una colonia mercantil genovesa- empujados por miles de hombres que untaron con grasa de animal la quilla de los barcos, y arrastrados por bueyes. De esta forma los bizantinos amanecieron con los barcos otomanos apostados en el Cuerno de Oro.
El principio del fin
Aquella visión hizo que cundiera la desesperación entre los defensores y supuso un duro mazazo para su moral. En un último y desesperado intento, el 25 de abril intentaban un ataque sorpresa para incendiar los barcos otomanos en el Cuerno de Oro, pero su plan fue desbaratado por unos espías, perdiendo además los bizantinos muchos soldados que eran vitales para la defensa de la ciudad.
Además un día antes, en la noche del 24 de abril, se había producido un mal presagio que había hecho aún más mella en la moral de los asediados: un eclipse lunar recordó a los bizantinos una antigua profecía, según la cual la ciudad resistiría sólo mientras la luna brillase en el cielo; y al día siguiente durante una procesión para pedir la victoria contra los otomanos, un icono de la Virgen María se cayó al suelo. Esto unido a los fracasos de los defensores, y al retraso en la llegada de refuerzos venecianos, acabó llevando al límite la resistencia de los asediados.
Sin embargo las cosas tampoco eran fáciles al otro lado de las murallas. Mehmet II tenía que hacer frente a los inmensos gastos que suponía mantener un ejército de unos 100.000 hombres durante un asedio que duraba ya varias semanas, y cada vez recibía más presiones de sus generales para que llegase a algún tipo de acuerdo -como ya hicieran sus predecesores- si no quería perder su ejército, su trono, e incluso su imperio.
El sultán otomano decidió entonces lanzar un ultimátum a los asediados: les perdonaría la vida si Constantino rendía la ciudad; como rechazó esta opción, se le ofreció también al emperador la posibilidad de pagar un enorme tributo de 100.000 bezantes de oro (una moneda bizantina) al año, a cambio de poner fin al cerco a Constantinopla. Sin embargo la suma era inmensa y Bizancio, arruinado desde hacía años, era incapaz de reunir tal cantidad, por lo que Constantino tuvo también que rechazarla.
Hay que tener en cuenta que 1 bezante de oro equivalía a unos 25 de los antiguos denarios romanos de plata; si tenemos en cuenta que 1 denario equivale -comparando precios del pan- aproximadamente a 10 euros actuales, y que la paga de un legionario bien pagado del Alto Imperio era de unos 10 denarios al mes, el tributo anual pedido era de unos 25 millones de euros... o para que nos hagamos una idea más exacta, la paga equivalente a mantener un mes un ejército de 250.000 hombres, probablemente más.
El asalto final a Constantinopla
Ante el rechazo de Constantino, Mehmet decidió lanzar a finales de mayo un último asalto final contra las murallas en el que se jugaba todo: si vencía, la capital bizantina sería suya al fin -tal y como prometía una profecía islámica- pero si perdía, su prestigio y sus propias fuerzas quedarían tan debilitados, que era probable que tuviese que afrontar sublevaciones en su ejército y por todo el imperio, y posiblemente una nueva ofensiva por parte de las potencias europeas.
Como sus astrólogos le profetizaron que el 29 de mayo sería un día nefasto para los no creyentes (los no musulmanes), Mehmet ordenó a sus tropas que descansaran el 28 de mayo para atacar al día siguiente; para romper el silencio y levantar la moral, los bizantinos, previendo un gran ataque, hicieron sonar las campanas de todas las iglesias de Constantinopla durante todo el día, y Constantino rezó junto con los habitantes de la ciudad en Santa Sofía.
El asalto final se inició antes del amanecer del 29 de mayo. Durante unas dos horas, las tropas cristianas de Mehmet intentaron penetrar las murallas pero fueron rechazadas por los defensores al mando de Giustiniani, que estaban mejor pertrechados. Mehmet decidió entonces lanzar al corazón de su ejército, compuesto por unas 80.000 tropas regulares otomanas incluyendo los mismísimos jenízaros. Era una apuesta muy arriesgada: o todo, o nada.
Tras más de dos horas de combates encarnizados, la gran bombarda logró abrir una brecha en la muralla a la altura del Valle del Lico, y los otomanos concentraron allí su ataque. Al hacerlo, los bizantinos descuidaron la defensa de otras zonas de la muralla.
En medio del fragor del asalto cientos de metros más al sur, un pequeño destacamento de jenízaros alejado de la batalla principal que caminaba entre el primer y segundo lienzo de la muralla más al norte, descubrió por casualidad que -en un inexplicable descuido- los bizantinos habían dejado abierta y sin defensa la Kerkaporta, una pequeña puerta sin importancia -del tamaño justo para una persona- usada en tiempos de paz y que daba acceso a la ciudad.
La huida de Giustiniani y la muerte del último emperador romano
Se cuenta que fue un soldado otomano llamado Hassan el primero en entrar y colocar su bandera sobre la muralla interior a la altura de la Kerkaporta, antes de ser abatido por las flechas de los bizantinos; éstos, al ver la muralla principal en manos de los otomanos, entraron en pánico pensando que habían sido traicionados, y el miedo comenzó a apoderarse de los defensores mientras se corría la voz de que la ciudad había caído, pese a que la batalla principal aún se desarrollaba más al sur.
En ese momento ocurría otro golpe demoledor para los defensores: Giustiniani resultaba herido de gravedad y era evacuado rápidamente por sus soldados, abandonando Constantinopla en un navío a pesar de las súplicas de Constantino, quien en vano trató de convencerlo de que se quedara. Cuando los otros genoveses vieron que Giustiniani se iba, abandonaron también sus puestos para escapar de la ciudad, mientras corrían ya los rumores de la toma de la muralla.
Sin el liderazgo de Giustiniani y de sus soldados genoveses bien pertrechados, los defensores bizantinos se vieron solos y desmoralizados ante la acometida de los jenízaros, que ya comenzaban a hacerse con la muralla. Se dice que el propio emperador Constantino XI desenvainó su espada, se despojó de sus insignias imperiales y tras lanzar una última arenga a sus tropas salió a luchar hasta la muerte con los defensores cerca de la Puerta de San Romano.
Esa es al menos la versión que dio el historiador griego Miguel Critóbulo, quien más tarde serviría en la corte de Mehmet. No obstante hoy día sigue sin estar claro qué fue del último emperador bizantino; aunque la tradición griega dice que murió luchando en las murallas, hay cronistas que dicen que se suicidó y otros apuntan a que murió no en las murallas sino cerca de Santa Sofía. También están quienes dicen que disimulando ser un simple civil, huyó como le habían pedido sus nobles.
Tampoco está claro qué fue de su supuesto cuerpo. Según muchos historiadores nunca fue identificado, por lo que cualquiera de las hipótesis anteriores sería posible; otros sin embargo apuntan a que Mehmet II ordenó buscar su cadáver, y que tras identificar su supuesto cuerpo gracias a sus botas de color púrpura -sólo el emperador podía usar ese color- fue o bien enterrado con todos los honores -según algunas versiones- o, por el contrario, decapitado, paseado por la ciudad y enterrado en una fosa común para que no fuese venerado, aunque sus propios súbditos negaron que ese fuese el cuerpo de su emperador.
El hecho es que no hubo ningún testigo que confirmara su muerte, ni nadie de su séquito o que estuviese junto a él sobrevivió o dio testimonio de lo que le había ocurrido, por lo que su destino final es y será siempre parte de la leyenda de la caída de Constantinopla. Giustiniani también moriría más tarde a causa de sus heridas en la isla griega de Quíos.
Constantinopla, nueva capital otomana
Tras tres días de saqueos siguiendo la costumbre de la época, Mehmet II ordenó que cesasen y entró en la ciudad al atardecer; decretó entonces que la basílica de Santa Sofía fuese transformada en mezquita, y dio permiso a la población bizantina para seguir viviendo en la ciudad bajo la autoridad de su propio patriarca ortodoxo, garantizándoles la seguridad de sus bienes y personas y la libertad de culto, por lo que rápidamente se ganó la confianza de muchos cristianos ortodoxos, que no deseaban un acercamiento a Roma.
Mehmet II, que se veía a sí mismo como un nuevo Alejandro Magno, nombró a la ciudad su nueva capital y se autoproclamó "Emperador de los Romanos" (Kayser-i Rum, en turco) y sucesor de la dinastía de los emperadores de Roma iniciada con César y Augusto, pese a que en Occidente la toma de Constantinopla fue vista como un desastre que causó una gran conmoción, y durante siglos se ha considerado como el final del último vestigio del Imperio Romano.
Aquellos hechos fueron vistos también a ojos de los europeos cristianos como el dominio de una religión sobre otra, de forma similar a lo que había supuesto la caída de Jerusalén en manos musulmanas. Se temió que marcase el principio del fin del cristianismo, pero aunque hubo intentos de organizar una nueva cruzada para expulsar a los turcos de Constantinopla, lo cierto es que ninguna nación europea tenía fuerzas para hacer frente a tal empresa.
Los últimos vestigios de Bizancio
Sin embargo, aunque Constantinopla había caído y Constantino había muerto -o desaparecido- sin dejar sucesor, lo cierto es que la civilización bizantina siguió perdurando varios años más: en los últimos territorios en el Despotado de Morea (conquistado en 1460 con poca resistencia, salvo la del Castillo de Salmeniko), y sobre todo en Trebisonda, donde desde la Cuarta Cruzada sus gobernantes se proclamaban legítimos sucesores de la dinastía imperial de los Comneno.
Durante ocho años tras la caída de Constantinopla, el Imperio de Trebisonda -la actual Trabzon- fue el último vestigio de la gloria de Bizancio, hasta que fue conquistado por los otomanos en 1461 cuando el último emperador de Trebisonda, David Megas Comneno, rindió la ciudad a las tropas del sultán Mehmet II tras más de un mes de asedio, siendo ejecutado dos años más tarde en Constantinopla acusado de conspiración.
No obstante la caída de Constantinopla supuso la interrupción de las rutas comerciales procedentes de Medio Oriente y Asia, y obligó a los europeos a buscar vías alternativas para importar tejidos como la seda o bienes muy preciados como las especias, lo que llevaría a los portugueses a lanzar sus expediciones por las costas de África, y más tarde al Reino de Castilla a financiar la expedición de Colón que desembocó en el descubrimiento de América.
Además, la huida de sabios bizantinos a Europa hizo que estos llevaran sus conocimientos al viejo continente, desencadenando el Renacimiento. Por todo esto, la caída de Constantinopla en 1453 representó mucho más que el final de un imperio y el comienzo de otro: supuso un acontecimiento histórico clave que tuvo una enorme influencia y marcó el comienzo de una nueva era.
2 Comentarios
Jose Medina el Lunes, 18 de Julio de 2022 a las 08:28:29
Excelente historia bien redactada gracias y saludos
Constantino XI el Viernes, 28 de Mayo de 2021 a las 00:28:36
Mehmet II nunca desestimó su sueño de apoderarse de Constantinopla. Se aprovechó de un error diplomático como pretexto para la conquista. Claro, claro....David de Trebisonda fue ejecutado en Constantinopla por una acusación de traición. Lo que pasa es que fue ejecutado él, sus 3 hijos (otro hijo fue perdonado por su cortísima edad y huyó a Georgia) y su sobrino. Mucha conspiración veo ah
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