Existe una leyenda sobre la justicia, atribuida a varias personalidades políticas históricas. Cuando se le preguntó acerca de cómo podría ser repartido justamente un pan entre dos personas, se dice que un hombre sabio sugirió que una de ellas debería dividir el pan en dos y la otra debería escoger el primer trozo. Podemos aplicar la noción de justicia propuesta por esta parábola también al ejercicio de la autoridad en una sociedad. Si está claro quién va a ejercer la autoridad, entonces los límites de esa autoridad deberían ser establecidos por otro. Regresando a nuestra parábola, la persona que divide el pan no puede ser la persona que escoja primero. Porque si no actúa con buena fe, puede coger virtualmente el pan entero. Lo mismo debe ocurrir respecto a la forma en que el poder del gobierno es distribuido. Si el mismo organismo hace las normas y mantiene el poder de implementarlas, esto podría llevar a modos de gobierno cuasi-dictatoriales.
De hecho, en las sociedades modernas la lógica de los sistemas políticos se predica bajo el principio de la separación de poderes. Idealmente, el poder que determina los límites de la autoridad y el poder que ejercita esa autoridad deberían estar tan desvinculados como fuera posible. En otras palabras, los poderes legislativo y ejecutivo deberían estar separados. Los sistemas parlamentarios generalmente no logran conseguir esto. El partido político con mayoría en el parlamento también establece el gobierno, y a través de la voluntad únicamente de sus propios diputados, abre ámbitos inmensos y no fácilmente controlables para ese poder ejecutivo. En contraste, el principio lógico del sistema de gobierno conocido como sistema presidencial es una separación definitiva de los poderes legislativo y ejecutivo. Por lo tanto y con respecto a este criterio, el sistema presidencial resultará un régimen mucho más democrático que un sistema parlamentario.
Por otro lado, la democracia no pude ser reducida a la separación de poderes. Otro criterio básico es hasta qué punto las demandas y preferencias de la sociedad pueden ser reflejadas en el ámbito público, hasta qué punto la toma de decisiones puede tenerlas en cuenta.
La estabilidad creada por la representatividad no puede ser sacrificada por la estabilidad del poder ejecutivo. Si la representación social tuviera que ser sacrificada puramente por mantener un gobierno estable, esto dejaría al gobierno vulnerable incluso a más inestabilidad como resultado de la agitación social. Es por eso que en una democracia ideal la representatividad en cuestión debería también ser maximizada. En este marco, puede decirse que los sistemas electorales que generalmente acompañan un sistema parlamentario conducen a una legislación más representativa que los sistemas electorales que generalmente acompañan a un sistema presidencial. La lógica del sistema presidencial fomenta una estructura bipartidista, mientras que los sistemas parlamentarios pueden facilitar la representación de casi todas las opciones políticas en el parlamento. En otras palabras, desde el punto de vista de una democracia ideal, este segundo principio nos llevaría a preferir un sistema parlamentario.
Sin embargo, si dejamos a un lado tales tipos de ideales, es posible prescribir un sistema parlamentario correcto y de forma similar un sistema presidencial correcto para todos y cada uno de los países y situaciones. Esta es una opción que tiene que estar basada en identificar el verdadero obstáculo para la democracia en cada caso específico. Desde hace ya mucho tiempo, el verdadero problema de Turquía no ha sido la representación de la sociedad. El principal problema se debe a que el tutelaje burocrático se vuelve permanente, y a los defectos estructurales que rodean a la supervisión del poder ejecutivo. Por tanto, un sistema presidencial es definitivamente la solución “correcta” para Turquía, siempre y cuando se establezca de forma que permita una representación justa y que además no tienda a evitar la supervisión. Lo que se necesita hacer es tomar en serio a la sociedad y por tanto tratar esta propuesta, igualmente, con la seriedad que se merece.
Etyen Mahçupyan es un conocido periodista, columnista y escritor de Turquía. De origen armenio, fue editor-jefe del diario bilingüe Agos de 2007 a 2010. Entre 2014 y 2015 fue asesor del primer ministro turco Ahmet Davutoğlu.
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