Tras dos semanas de protestas, los armenios han triunfado donde sus vecinos han fracasado. Los ciudadanos salieron a las calles para protestar la jugada de su primer ministro Serzh Sargsyan para continuar al frente del país tras una década en el poder. Ahora se abren varios interrogantes sobre el futuro de la situación política de Armenia, pero lo cierto es que el activismo cívico ha ganado una importante batalla en el Cáucaso.
Serzh Sargsyan erró en sus cálculos. En una operación parecida a la de Vladimir Putin en Rusia y Recep Tayyip Erdoğan en Turquía, el armenio hizo lo posible por mantenerse en el poder. Sargsyan fue elegido presidente de Armenia en el 2008, cargó que renovó en los comicios presidenciales del 2013. De esta forma, Sargsyan llegó al límite de dos mandatos establecido en la constitución. Cómo respuesta, el político convocó un referéndum en el 2015 para cambiar, en el 2018, un sistema presidencialista por uno parlamentario, en el que el presidente pasaba a ser un cargo más bien ceremonial en beneficio del primer ministro. Ya entonces, Sargsyan dejó claro y prometió a la ciudadanía que dicho cambio no formaba parte de ninguna táctica y que no sería primer ministro.
Sargsyan acabó mintiendo. El poder ata, es adictivo, y en marzo del 2018 su partido, el Partido Republicano, que detenta la mayoría en el parlamento, no descartó ungirle como primer ministro. Semanas más tarde, el 16 de abril, Sargsyan era nominado por su partido para ponerse al frente del ejecutivo. El día siguiente, el parlamento eligió al expresidente como nuevo primer ministro. Las protestas que llevaban días cogiendo fuerza ante dicha posibilidad terminaron por explotar.
Capitaneados por el líder de la oposición, Nikol Pashinyan, parlamentario por el pro-europeo y liberal Yelk, miles de armenios, principalmente jóvenes, salieron a las calles para protestar en contra de la elección de Sargsyan. Éste, viendo la magnitud de las manifestaciones, aceptó verse con Pashinyan el 22 de abril. La reunión televisada apenas duró tres minutos, con el primer ministro terminándola abruptamente tildando a sus contrincantes de hacerle “chantaje”.
Sargsyan perdió el pulso en la calle, donde se llegó a ver a un grupo de uniformados uniéndose a las protestas. Lo cierto es que, ya fuese por responsabilidad o sabiendo que sería contraproducente para sus intereses, Sargsyan no reprimió violentamente las manifestaciones, como si ha ocurrido en otros países de su entorno. Sabiéndose perdedor, el primer ministro informó el 23 de abril de su renuncia en un comunicado que rezaba lo siguiente: “Me dirijo a vosotros cómo máximo mandatario del país. Nikol Pashinyan estaba en lo cierto. Yo estaba equivocado. Había un número de soluciones a la situación actual pero no las usaré. Así no es como trabajo. Renuncio al puesto de primer ministro. El movimiento en las calles es contra mi mandato. Acato vuestras demandas”.
La sociedad civil ha logrado una importante victoria en Armenia, algo que no fue posible en Rusia ni en Turquía. Hay varias razones que explican el fracaso de Sargsyan. Una corrupción endémica, una economía débil, un hastío hacia él mismo y las autoridades, la falta de oportunidades de la juventud… Lo cierto es que la marcha de Sargsyan deja abiertos varios interrogantes.
Pese a que Sargsyan se ha retirado, su partido sigue dominando la Asamblea Nacional. La oposición pide elecciones, pero si no hay un vuelco electoral importante, el Partido Republicano seguirá en el poder y el cambio ansiado por los manifestantes no llegará tan rápido como pretenden. Sargsyan ha estado más de una década al frente del país y las redes clientelares pueden jugar su papel, al igual que lo hacen en todos los países donde un solo hombre o partido ha estado en el poder durante largo tiempo.
Dejando la política doméstica a un lado, merece la pena detenerse en las relaciones internacionales. Las tendencias pro-rusas de Sargsyan no eran ningún secreto. Armenia es el mayor activo ruso en el Cáucaso, no es casualidad que sea uno de los pocos integrantes de la Unión Económica Euroasiática (UEE), órgano auspiciado por Rusia. De momento, el gobierno ruso, a través de su portavoz en el Ministerio de Asuntos Exteriores, se ha mantenido al margen. “Aquel pueblo que, incluso en los momentos más difíciles de su historia, no se divide y mantiene el respeto entre su gente, a pesar de importantes discrepancias, es un gran pueblo. ¡Armenia, Rusia está siempre contigo!”, escribió Maria Zakharova en Facebook. Pese a ello, a buen seguro la caída de Sargsyan supone un inconveniente a para Putin, que vigilará de cerca los próximos acontecimientos en Armenia. Aunque no es comparable, otros países como Ucrania ya saben lo que es intentar salirse de la esfera de influencia rusa o, como Georgia, enfrentarse a ella.
Por su lado, el partido opositor Yelk, liderado por Pashinyan, que es pro-europeo, se ha pronunciado en contra de la UEE y quiere mejorar las relaciones con la Unión Europea. La UE se ha pronunciado acerca de la situación en Armenia por boca de Maja Kocijancic, portavoz de la alta representante de la Unión para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, quien ha dicho que es “crucial” que haya un diálogo entre todos los actores políticos del país. De momento, la caída de Sargsyan ha sido un asunto doméstico, y está por ver si los acontecimientos venideros lo convierten en un tema internacional.
El record democrático de las antiguas repúblicas soviéticas deja bastante que desear. Si excluimos a las tres bálticas, en el mejor de los casos nos encontramos con “regímenes híbridos”, según el índice democrático elaborado por The Economist. Por ello es significativo lo que ha ocurrido en Armenia, el país menos desarrollado de la región, con un conflicto territorial con su vecino Azerbaiyán y a las puertas de convertirse en un “estado autoritario”. Donde Putin y Erdoğan triunfaron, Sargsyan ha fracasado, de momento.
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