No soy de los que alegremente critican al actual presidente turco Recep Tayyip Erdoğan, pero a estas alturas hay que reconocer que el polémico político turco a menudo no tiene precisamente buen ojo para escoger sus compañías y aliados.
Ya tuvo un importante traspiés cuando se apresuró a felicitar al presidente estadounidense Donald Trump, que aterrizó en la Casa Blanca por sorpresa y rodeado de una enorme controversia por sus declaraciones salidas de tono y llenas de insultos racistas, y su carácter misógino, xenófobo y populista. Erdoğan sin embargo rápidamente salió en defensa de Trump criticando las protestas en contra de su elección en Estados Unidos -probablemente viéndose a sí mismo reflejado por las protestas que él ha sufrido dentro y fuera de Turquía- y calificando de antidemócratas a quienes las secundaban.
No sólo eso, sino que además consideró -sin más prueba para ello que sus propias suposiciones- que el discurso xenófobo e islamófobo de Trump era una estrategia de campaña electoral que el nuevo presidente olvidaría por una política más pragmática una vez en el poder. Erdoğan también dijo entonces tras la llegada de Trump a la Casa Blanca que con él se inauguraba una “nueva era” en las relaciones entre Turquía y Estados Unidos -muy deterioradas durante la era Obama- y se mostró totalmente confiado en que con él terminaría el apoyo de Washington al PYD/YPG -la filial siria del PKK- y que incluso el gobierno estadounidense accedería finalmente a extraditar a polémico clérigo Fethullah Gülen, acusado en Turquía de organizar el fallido golpe de Estado perpetrado hace dos años.
La realidad sin embargo siempre es mucho más tozuda que el más terco de los seres humanos, y acaba imponiéndose por encima de los deseos y suposiciones personales. Ni Trump abandonó su discurso xenófobo, ni EE.UU. cesó su apoyo al YPG -más bien todo lo contrario- ni por supuesto llegó a plantearse la extradición de Gülen. Por el contrario, las relaciones entre Washington y Ankara han atravesado en los últimos meses su peor etapa en muchos años y han estado al borde de la ruptura, si no rotas de hecho en la práctica, hasta la reciente visita del secretario de Estado Rex Tillerson a Turquía; y aun así hace sólo unos días el gobierno turco llamaba a consultas a su embajador en Washington en protesta por la irresponsable decisión de Trump -también anunciada en campaña, aunque Erdoğan también hiciera oídos sordos a esto- de trasladar definitivamente la embajada de EE.UU. en Israel a Jerusalén.
Con antecedentes como éste, hace unos días asistíamos de forma seguida a varios acontecimientos llamativos. El pasado 17 de mayo, la agencia estatal turca de noticias Anatolia difundía la noticia y las imágenes de la conversación por teleconferencia que el presidente turco acompañado de varios ministros mantenía en directo con su homólogo venezolano Nicolás Maduro (que días antes había posado de esta guisa ataviado con merchandising de la conocida serie turca Resurrección Ertuğrul), en la que se trataron varios asuntos bilaterales y ambos países firmaron un acuerdo de cooperación.
El tono de la conversación, más que cordial yo diría que en extremo amigable, podría pasar por una simple estrategia entre dos gobiernos que intentan estrechar sus lazos, pese a que durante la charla ambos presidentes aprovecharon para desearse suerte en las elecciones presidenciales que los dos afrontaban a corto plazo. Curiosamente Erdoğan aprovechó para anunciarle a Maduro que una de sus prioridades si salía elegido en los comicios del 24 de junio sería una visita oficial a Venezuela, en contrapartida a la que Maduro realizó a Ankara en octubre del año pasado.
Como ya he dicho, todo podría haberse quedado entre una simple charla algo más que cordial entre dos gobiernos que intentan estrechar lazos (y Turquía cada vez lo hace más con América Latina). Sin embargo sólo unos días después, el 21 de mayo, el Ministerio de Asuntos Exteriores de Turquía volvía a sorprender con una nota oficial en la que expresaba su “satisfacción” por el transcurrir “pacífico” de las elecciones presidenciales celebradas el día antes en Venezuela, confiando en que sirviesen para traer paz, prosperidad y estabilidad a los venezolanos y a su país.
La nota, más que cordial, rayaba la complacencia e incluso podría decirse que la complicidad, puesto que no hacía la más mínima mención de las numerosas denuncias de fraude e irregularidades graves en los comicios venezolanos, criticadas duramente por entidades como la Unión Europea -que denunció la ausencia de “consenso, pluralismo, democracia, transparencia y Estado de derecho”- y por numerosos países de la región, con una abstención récord del 46% y un boicot de las principales fuerzas de la oposición a Maduro.
Turquía fue de hecho de los pocos países en reconocer rápidamente los resultados de las elecciones venezolanas, sin sugerir ya no sanciones como han adelantado otros gobiernos, sino ni siquiera la más mínima crítica al proceso, pese a que no dudó en hacerlo durante las protestas independentistas en Cataluña, por ejemplo, o más recientemente, tras las elecciones parlamentarias celebradas a mediados de mayo en Irak, en las que Erdoğan en persona telefoneó a Muqtada al-Sadr para pedirle que investigase las irregularidades en los votos de la minoría turcomana del país vecino.
Ignoro los motivos por los que el gobierno turco ha decidido mantener tal silencio ante lo que ocurre en Venezuela y tras el fiasco del reciente proceso electoral en ese país, pero desde luego los dos acontecimientos que he descrito no auguran nada bueno. Puede que el señor Erdoğan haya decidido que, como parte de la política de acercamiento de Turquía a Rusia e Irán para buscar una solución al fin a la la larga guerra en Siria, un trato más íntimo y cómplice con uno de los grandes aliados de ambas potencias en Latinoamérica -el régimen de Maduro- pueda ser una opción rentable. Sin embargo el presidente turco no debería olvidar la experiencia de su mal juicio al acercarse al nuevo gobierno de Trump, en quien también creyó entonces ver un aliado que luego le acabó saliendo rana.
El hecho es que ni la situación en Venezuela ni el gobierno de Nicolás Maduro pueden ser referencia ni ejemplo de nada para Turquía... Sólo pueden ser ejemplo de malgobierno y falta de democracia, o de cómo provocar el desastre y el caos económico y desestructurar toda una sociedad. Antaño uno de los países más ricos de la región gracias a sus grandes reservas de petróleo, hoy día es el país de referencia para hablar del fenómeno conocido como hiperinflación -la inflación en Venezuela rondó en 2017 el 14.000%, un caso único a nivel mundial- que provoca que los venezolanos deban guardar largas colas para comprar productos básicos cuyo precio cambia en horas, que se compran además con billetes que cuesta más fabricar que su propio valor nominal.
Nada de eso puede servir de ejemplo para Turquía, menos aún en un momento en que el gobierno turco se enfrenta a una preocupante inflación descontrolada que ronda ya el 12%, y con la lira turca en caída libre en los mercados, en parte gracias a las declaraciones del propio Erdoğan (que en contra de lo que enseñan en 1º de economía básica, se empeña en que los tipos de interés bajos, el crecimiento rápido y la inflación baja son compatibles entre sí). No hace falta remontarse mucho en el tiempo para recordar cuando en Turquía las cosas se compraban no en liras turcas, sino en “millones” de liras turcas... y temo que ahora vayamos por el mismo camino si nadie toma medidas a tiempo.
Turquía, que ha acogido a millones de refugiados huidos de la guerra en Siria y ha condenado y criticado cientos de veces al régimen de Assad por ello, debería también recelar de un país que vive un éxodo masivo de sus ciudadanos, que tratan de escapar del caos económico y político en Venezuela. Las estimaciones varían, pero se calcula que al menos una décima parte de la población venezolana ha abandonado el país, unos tres millones en total: 1,2 millones de ellos sólo en los dos últimos años; una situación que preocupa a organismos internacionales como ACNUR pero también a países de la región como Colombia, que a finales de 2017 tenía acogidos en su territorio a unos 550.000 venezolanos, un 62% más que en 2016; y la tendencia es a que éstas cifras continúen aumentando a un ritmo alarmante. También hay comunidades importantes de exiliados venezolanos en otros países del entorno como Argentina, Chile, Ecuador o Brasil.
Los expertos comparan las cifras de este éxodo masivo de refugiados venezolanos hacia Colombia, con el que han vivido países como Grecia durante la crisis de los refugiados de 2015 o como la huida de la minoría rohingya a Bangladesh en 2017. En conjunto, los datos del éxodo venezolano son comparables con los de la llegada de refugiados sirios a la propia Turquía, sin ir más lejos, y lo peor es que ante una economía que en cinco años se ha reducido a la mitad, las encuestas señalan que hasta un 40% de los venezolanos afirman tener intención de abandonar el país.
Con todos estos datos, señor Erdoğan, me temo que en estos momentos el gobierno de Nicolás Maduro no puede ser ni ejemplo ni aliado en nada. La paz, la tranquilidad, la estabilidad que elogiaba Ankara en su comunicado ministerial al hablar de las últimas elecciones en Venezuela, es como la pax romana que imponían los antiguos romanos a base de matanzas, saqueos y destrucción; es la paz del silencio, del vacío, de los que quedan sin poder decir nada porque los que se atrevían a quejarse ya no están. Ese es el ejemplo que ofrece el régimen que hoy día gobierna en Venezuela, y el actual presidente turco haría bien, más en una situación económica como la actual en Turquía, en no repetir sus errores del pasado y en vigilar mejor con qué compañías se junta.
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