Todo parecía normal aquella noche del 15 de julio de 2016. Era un viernes. La gente veía la televisión, o se reunía en los bares, cenaba en sus casas, paseaba, o simplemente se preparaba para pasar el fin de semana en compañía de su familia o sus amigos.
Fue entonces cuando comenzaron a circular noticias por las redes sociales sobre que algo raro estaba pasando: había soldados en las calles. Al principio parecían rumores, y había quienes decían que todo formaba parte de unas maniobras, pero era algo muy extraño. En 2016, nadie podía creer que pudiese organizarse un golpe de Estado en Turquía. Eso era algo del pasado, algo inconcebible en la actualidad. Algo surrealista. No podía ser.
Pero estaba pasando. Los rumores pronto se confirmaron a medida que llegaban noticias e imágenes de soldados y tanques apostados en lugares estratégicos y edificios públicos, incluyendo el Puente sobre el Bósforo de Estambul. Cuando la emisión en directo de la cadena pública TRT se vio interrumpida y fue sustituida por la grabación de una presentadora que –visiblemente nerviosa- leía un comunicado anunciando un golpe de Estado y un toque de queda, todo quedó claro: lo imposible, estaba pasando.
Los rumores entonces se dispararon. ¿Qué grado de control tenían los golpistas? Se decía que el primer ministro había sido arrestado. Se decía que el presidente turco Erdoğan había sido asesinado; otras informaciones –de las que se hicieron eco todos los medios extranjeros- afirmaban que había huido a Alemania. Todas ellas eran falsas, pero en aquel momento, con la sociedad turca aún en estado de shock, era difícil discernir entre realidad y ficción, entre verdades y mentiras.
Entonces el presidente turco apareció hablando en directo, a través de una videollamada por su teléfono móvil, emitida por las principales cadenas de televisión privadas. Erdoğan no sólo no había huido a Alemania –más tarde se sabría que sí habían intentado asesinarlo- sino que había aterrizado en Estambul, y hacía un llamamiento a resistir al golpe de Estado y a hacer frente a los golpistas, desafiando su prohibición de salir a las calles.
Miles de personas se echaron entonces a la calle, dispuestas a enfrentarse a los militares golpistas. Pero muchas no volvieron. Los soldados –muchos de ellos tenían órdenes de disparar a matar porque se les había dicho que había una amenaza terrorista- se atrincheraron en lugares como el Puente del Bósforo, donde se produjeron más víctimas. Hoy día en su memoria, su nombre ha cambiado por el de Puente de los Mártires del 15 de Julio.
Historias de héroes
Una de las personas que decidió echarse a la calle a pesar del miedo fue Safiye Bayat, una mujer de 34 años madre de dos hijos. Hacia la medianoche salió de su casa y se unió a un grupo de personas que se dirigían caminando al Puente del Bósforo, a donde llegaron una hora más tarde. Allí y desafiando a los soldados, se dirigió hacia las barricadas y tanques que cortaban la entrada y salida por el puente que conecta Europa con Asia, pensando que los soldados no dispararían a una mujer desarmada. Al llegar se enfrentó cara a cara con el comandante de las tropas, quien sin embargo la agarró por el brazo con el rifle junto a su cara, y abrió fuego.
“Sentí arder toda mi cara. Pero yo no estaba asustada. Tenía determinación. Les dije que no iba armada y que sólo quería hablar con ellos. Ellos me ordenaron que me fuera y tan pronto como me giré, comenzaron los disparos. Dispararon al aire pero la gente corría hacia ellos”, contó Bayat.
Cuando los disparos cesaron, había numerosos heridos, pero en lugar de huir Bayat se quedó a ayudarles. Las imágenes en las que aparecía enfrentándose a los soldados la convirtieron en uno de los iconos de la resistencia ante los golpistas.
Otra de las personas que llegó con Bayat al Puente del Bósforo aquella noche fue Sabri Gündüz. Tras haber rezado sus oraciones nocturnas, Gündüz se fue a la cama pero su mujer lo despertó: algo extraño estaba pasando. Encendió la televisión y vio lo incomprensible: había un golpe de Estado. Se despidió de su familia y, mientras iba a reunirse con sus amigos para ver qué hacer, escuchó en la televisión el mensaje del presidente turco y decidieron dirigirse caminando al Puente del Bósforo.
“Mi esposa me llamó y me dijo que no fuera al puente, porque los golpistas estaban disparando a la gente. Pero yo no dudé, y me dirigí hacia el puente sin importarme nada más”, contó Gündüz, que al llegar allí intentó acercarse a los soldados para hablar con ellos. Sin embargo, ellos no tenían intención de hablar.
“Dispararon a un hombre joven. Les pedí a los soldados que me dejaran llevármelo, y mientras le agarraba, uno de los golpistas ordenó a los soldados que abrieran fuego. Yo pensé ‘Este es el fin’. Dos segundos después, recibí un disparo en la rodilla”.
Tras resultar herido, fue trasladado en ambulancia a un hospital, donde descubrieron que su pierna estaba rota y que la bala había atravesado su arteria aorta. Su pierna estaba destrozada. En los dos últimos años Gündüz ha tenido que someterse a 47 operaciones, hasta que en la última decidieron que debían amputarle la pierna por debajo de la rodilla.
Pero a pesar de todo el calvario por el que ha tenido que pasar, de todas las operaciones y toda la rehabilitación, Gündüz no lamenta haber ido al puente aquella noche. “Nunca lamenté mi decisión. Lo haría de nuevo si fuera necesario. Un hombre puede vivir sin su rodilla, pero no sin su país. Es un honor sangrar por Turquía y por la democracia”, aseguró.
Metin Doğan: El hombre que detuvo a los tanques en Atatürk
Una de las imágenes más icónicas de la noche del golpe fue la de un hombre tumbado en la carretera, poniendo en riesgo su vida para evitar que los tanques de los golpistas tomasen el aeropuerto Atatürk, que a la postre se convertiría en uno de los lugares donde resistieron los defensores del gobierno democráticamente electo.
“Si mi muerte evita otras muertes y salva mi país, haría lo mismo otras cien veces”, cuenta Metin Doğan, un estudiante de medicina de 40 años que aquella noche salió de su casa al oír que los golpistas pretendía tomar el principal aeropuerto de la ciudad, uniéndose a miles de personas más.
Al llegar a las proximidades, comenzó a escuchar disparos, pero lejos de acobardarse, se enfrentó a los tanques que se dirigían al aeropuerto decidido a pararlos. Al ver que no se detenían, fue cuando tomó la determinación de tumbarse en el suelo en el camino del tanque que iba en cabeza.
Fue una acción muy arriesgada, porque en otros lugares los golpistas no duraron en pasar por encima los civiles con sus tanques; pero en este caso la columna de tanques se detuvo, al menos unos segundos: los suficientes para que un grupo de policías tomasen los tanques y detuviesen a los soldados. “El 15 de julio para mí significa dar tu vida sin dudarlo por algo que amas mucho”, subrayó Doğan.
Ferhat Daş, el sargento que se suicidó para no disparar a los civiles
Una de las historias más desgarradoras de aquella noche es la del sargento Ferhat Daş, un comandante de tanque al que los generales golpistas ordenaron en la noche del 15 de julio que se desplegara en el aeropuerto Sabiha Gökçen, situado en el lado asiático de Estambul, con la excusa de que había habido un atentado terrorista en el aeropuerto.
Al llegar allí su tanque fue detenido por cientos de civiles que le cerraron el paso, y que intentaron informar al sargento Daş y al resto de soldados que le acompañaban de que todo era una gran mentira, y que en realidad lo que estaba ocurriendo era un golpe de Estado. Tras salir de su tanque y conversar con la gente, Daş decidió cesar la operación y no acatar la orden de tomar el aeropuerto estambulita.
Fue entonces cuando el sargento recibió una orden de su superior directo, uno de los golpistas: debía continuar a toda costa y disparar sin dudarlo contra los civiles que le impedían el paso. Sin saber qué hacer y abrumado por la situación y la tensión, Daş sacó su arma reglamentaria, se apuntó con ella a la cabeza, gritó “¡No soy un traidor!” y abrió fuego.
Su familia pasó por muy malos momentos. Tras su muerte, el sargento fue tildado de golpista y se le consideró un traidor. Se le negó un funeral militar, según cuenta su madre Fatma, quien sin embargo jamás dudó de la inocencia de su hijo. Iniciaron entonces una lucha en los tribunales, hasta que finalmente la fiscalía ha retirado los cargos que pesaban contra Daş y un tribunal le ha declarado inocente.
Llamados traidores tras el fracaso del golpe, su familia pide ahora que el nombre del sargento sea limpiado y que se le conceda el estatus póstumo de mártir. “Yo perdí a mi hijo, mi corazón aún me duele como lo hacía hace dos años. Como madre, quiero que mi hijo reciba el estatus de mártir para que pueda descansar en paz”, ha declarado su madre, que ha pedido ayuda al presidente turco.
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